Alguna vez escuchaste a un niño decir que en los días nublados el sol no sale? o viste a algún pequeño esconderse cerrando sus ojos, por creer que desaparecía de la vista de los demás con sólo dejar de verlos?...
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Si tenés la bendición de tener hijos o sobrinos, seguro recordás esos años en los que eran tan inocentes que creían todo lo que decías, las historias que le contabas, o lo que miraban en una película.
Tengo la bendición de ser maestra de niños, y me emociono cada vez que hacen o dicen algo de lo que les enseñé hacer. Amo ver esas caritas de emoción cuando les gusta algo, cuando me abrazan con ese amor sincero, cuando me regalan un dibujo por más que no sea perfecto a la vista de otros. No hay nada más lindo que ver a un niño reír de felicidad.
Así es Dios con nosotros, ama vernos sonreír. El es un padre amoroso que se emociona con nosotros cada vez que hacemos o decimos algo que aprendimos de Él; que valora lo que hacemos para Él, aunque no seamos perfectos. Dios mira nuestro corazón.
Muchas veces somos como niños al creer más en las mentiras que vemos y oímos de afuera, que en el mismo Jesús cuando habla directo a nuestro corazón.
Dios nos habla de su propósito y nosotros empezamos a dudar, a pensar que es sólo un sueño imposible, que no tenemos la capacidad o los medios. Sin embargo, Jesús nos sigue viendo, enseñando y corrigiendo con su tierno amor.
No dejemos de creer en Dios y en sus promesas tal como si fuéramos niños. Él tiene planes asombrosos, hermosos, más de lo que podemos imaginar, y debemos confiar y creer en que aquel que nos llamó también es quien va a proveer todo lo necesario para que alcancemos la meta.
