EL CANGREJO ERMITAÑO

adiestra mis manos para la batalla


El Rey David, el autor de tantos salmos, se cansó de luchar. Su alma se agotó tanto, luchando y acosado por problemas, que todo lo quería hacer era escapar a un lugar de paz y seguridad: “Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído. Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría…Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad” (Salmos 55:4-8).


Una lección de la naturaleza revela lo que sucede cuando en lugar de pelear la buena batalla, tomamos un camino más fácil, alejándonos de nuestra lucha. 

Hace poco leí un estudio de un biólogo sobre los cangrejos, criaturas que viven en un ambiente hostil y peligroso, entre rocas filosas. A diario, los cangrejos son derribados por las olas y atacados constantemente por criaturas de aguas más profundas. Batallan continuamente para protegerse y con el tiempo desarrollan una fuerte coraza e instintos poderosos para la supervivencia.

Asombrosamente, algunos en la familia de los cangrejos, se rinden en su lucha por vivir. Buscando un lugar seguro, toman como residencia las corazas desechadas de otras criaturas del océano. Conformándose a la seguridad, se retiran de la batalla y se escapan a hogares ya fabricados, de segunda mano.


Pero los “hogares seguros” de los ermitaños terminan en ruina a un alto precio. A causa de la falta de lucha, ciertas partes vitales de sus cuerpos se deterioran. Aun sus órganos se secan por falta de uso. A través del tiempo el ermitaño pierde toda capacidad de movimiento, así como las partes vitales necesarias para escapar. Estas partes simplemente, se desprenden, dejando al cangrejo fuera de peligro, pero inútil para hacer cualquier otra cosa, excepto existir.

Mientras tanto, los cangrejos que continuaron en la lucha crecen y fructifican. Sus cinco pares de piernas se vuelven carnudas y fuertes, de tanto luchar contra las poderosas mareas. Y aprenden a esconderse de sus depredadores, escabulléndose hábilmente debajo de las formaciones rocosas.

Esta ley de la naturaleza, también, ilustra la ley del Espíritu. Como creyentes, somos echados y derribados por olas tras olas de dificultades. Enfrentamos depredadores violentos en los principados y potestades de Satanás. Pero mientras sigamos peleando, nos volvemos más fuertes. Y llegamos a reconocer las artimañas cuando las utiliza en contra nuestra. Descubrimos nuestro verdadero refugio, la “hendidura en la roca”, al confiar en Jesús. Sólo en ese momento, estamos verdaderamente a salvo en medio de nuestra batalla.


Bendito sea Jehová, mi roca, quien adiestra mis manos para la batalla, y mis dedos para la guerra;misericordia mía y mi castillo, fortaleza mía y mi libertador.

Salmos 144:1-2


David Wilkerson , Hoy - David wilkerson

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