(Ro. 4:5).
Te llamo la atención a la expresión «Aquél que justifica al impío». Estas palabras me parecen maravillosas. ¿A vos no? He escuchado que los que odian la Palabra, especialmente las doctrinas de la cruz acusan de injusto a Dios por salvar a los impíos y recibir al más vil de los pecadores. Pero justamente, la misma Escritura es la que acepta la acusación y lo declara francamente. Por boca del apóstol Pablo, quien por la inspiración del Espíritu Santo, constata con el calificativo de «Aquél que justifica al impío». Así, el justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¡Sorprendente!
Según la natural lealtad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y de nuestros méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe de haber algo bueno en nosotros para merecer que Dios se ocupe de nosotros.
Pero Dios, que bien conoce todos nuestros engaños, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara que «no hay justo, ni aun uno» (Ro. 3:10). Él sabe que «todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia» (Is. 64:6). Y, por lo mismo, el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para llevar consigo bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecen de ella.
Esto quiere decir que Jesús no vino porque fuéramos justos, sino para hacernos justos, «justificando al impío».
"En cambio, si alguno cree en Dios, que hace justo al pecador, Dios le tiene en cuenta su fe para reconocerlo como justo, aunque no haya hecho nada que merezca su favor." Romanos 4:5
Tomado de Todo por Gracia, por Charles H. Spurgeon